Te lo he contado mil y una veces, pero mi lenguaje al parecer ya te es extraño. ¿No recuerdas el código que usábamos? ¿No era el viento nuestro mensajero? Por la mil y dos, te lo repito nuevamente: Fue hace mucho tiempo que viajé al espacio sideral, confluí con estrellas y me ensucié de polvo cósmico, viajando a pie por toda la Vía Láctea, hasta pasar por Andrómeda, llegando a 037-B327, detrás del encargado de planificación planetaria. Me identifiqué como terrícola y exigí ver a tan controvertido personaje, tan importante, pues es el que dirige el entrar y salir, de coordinar y estabilizar el calendario planetario, o en palabras simples para ti, mi bella, se aseguraba de decirle a cada planeta dónde y cuándo debía circular. Talvez para ti fueron tres días de ausencia, pero en 037-B327 fueron trescientas diez vueltas al sol. Fue mucho lo que tuve que soportar, fue mucho lo que tuve que esperar hasta ver al susodicho. Tan pronto lo vi, no vacilé en explicarle mi curioso pedido. Le dije que desde pequeño había vivido fascinado con un cuerpo celeste, tan blanco como el nácar y tan inocente como un bebé. Le dije que sólo en libros lo había podido contemplar bobamente y que duré siete años calculando su órbita, llegando a la conclusión de que estaba bastante cerca de mi planeta, posiblitando una posible instauración periódica de una órbita. El sujeto ni se conmovió y me miró con ojos de loco. Recurrí a otros argumentos. Le dije que podía estabilizar las mareas de mi planeta, que podía ayudar a crecer las plantas, a regularizar la gravedad y hasta alumbrar por las noches. El extraterrícola no se inmutaba. Ya desesperado, rompí mi camisa y le mostré mi pecho, le señalé justo al centro y le hablé sobre mi corazón. Le dije que no estaba ahí, que una bella doncella lo había robado y que, aproximando mis cálculos, esta sería la treceava vez que la Luna se acercaría a la Tierra y que esta vez, querría que se viera su luz en la tierra, como un regalo para ella. El ser aquel no me creyó. Me arriesgué y corrí un último riesgo peligroso antes de ser pateado de allá: Me ofrecí como esclavo, como sujeto de experimentación para que descubrieran esta especie desconocida a ellos, con la condición de que se estableciera una órbita contínua de la Luna sobre la Tierra, para que la más hermosa de nuestras mujeres siempre se recordara de mí al verla. Él accedió pensativo, como el que acepta una tonta petición de un loco. Convino en dejarme ir por unos días antes de que regresara a vivir para siempre entre ellos. Y volví a la Tierra, cargado de polvo espacial. Y allí estabas tú, sonriente, y al saludarte, te extrañaste, te alejaste y huiste. Al parecer los cambios de gravedad alteraron el magnetismo de tu memoria y me habías olvidado. Intenté enviarte mensajes por el viento pero no reconoces mis señales.
Y ahora vuelvo, de esclavo a donde el espacio y el tiempo son inútiles…Por lo menos tienes la luna y el viento, por si un día me recuerdas.
noviembre 13, 2010
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